Retratos del alma
Por: Yuriria Rodríguez
Por: Yuriria Rodríguez
Un texto carente de verdad se nota, no tiene alma, brilla la mentira. A las mujeres que están en la cárcel les digo que al momento de escribir su historia, tienen que ser muy honestas. Una crónica, un testimonio, una autobiografía falsa no tiene sentido.
Nueve de la noche. La cita fue en un departamento de la colonia Santa María la Rivera, lugar donde vive Josefina Estrada, mujer que en el terreno profesional ha realizado su trabajo de investigación en medio de la hostilidad de las cárceles y la frialdad del anfiteatro del Servicio Médico Forense.
Toco la puerta, ella abre y saluda sonriendo; está vestida de negro: -¿Quieres agua?, me pregunta y le contesto “No, gracias así estoy bien”; —De cualquier forma te daré agua, me dice.
Al entrar escucho los constantes ladridos de una perrita. –Se llama Matilda, no le hagas caso y lo dejará de hacer-, dijo Josefina.
La sala de su hogar es muy diferente a las características de los lugares donde se desempeña como periodista. En la sala conviven motivos judíos y talavera mexicana; la decoración judía quizás se deba a Sandro Cohen, su esposo y la talavera a ella, sin embargo, esta es suposición mía.
La escritora se sienta frente a mí y se relaja. El breve silencio es interrumpido cuando ella dice: en la cárcel imparto el taller de literatura a las internas. Les enseño géneros testimoniales como la crónica, el género epistolar y el testimonio en sí.
Al principio de cada curso, las reclusas no quieres escribir, entonces es cuando pregunto: ‛¿no quisieran leer un libro del siglo XIX de las mujeres que vivían en la cárcel?’ y todas levantan la mano diciendo que sí; les digo, ‛bueno, en el siglo XXI, las van a leer a ustedes’, me dicen ‛¿de veras?’, y yo les digo ‛claro’, porque lo que quiero es que escriban sobre cómo viven las mujeres en la cárcel a finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
A partir de ahí les nace un entusiasmo por escribir y después les digo que tienen que ser muy honestas. Una crónica, un testimonio, una autobiografía que no tenga honestidad, no tiene sentido. Ella está perdiendo el tiempo y yo también, porque es deshonesta; por ejemplo, si es culpable de su delito tiene que empezar por decirlo y a partir de ahí, pero si va ha escribir crónicas donde va a decir que es inocente todo el tiempo, pues de qué se trata; yo les digo, ‛yo no te voy a sentenciar pero es que se nota, un texto deshonesto se nota, no tiene alma, es mentira’.
Una de mil anécdotas
“Te voy a contar una cosa muy curiosa”, dice Estrada, fui jurado del concurso Mujer, atrévete a contar tu historia organizado por la asociación civil de Documentación y Estudios de Mujeres (DEMAC). Los jueces éramos Ethel Krauze, Eduardo Casar y yo. Hubo un trabajo que les gustó porque estaba bien escrito y desarrollado. Lo escribió una interna que estaba acusada de matar a su esposo con unas tijeras, sin embargo ella no asumía esta responsabilidad.
En la historia ella contaba que en la cárcel estuvo haciendo labores muy bonitas, por ejemplo dio clases de corte y confección y también le ayudó a una muchacha a preparar su boda dentro de la prisión. “El texto cuenta cómo unos mandiles fueron transformados en esmoquin”, recuerda Josefina.
Eduardo y Ethel estaban muy conmovidos y decían que merecía el primer lugar, a lo que yo les dije que no, pues era cierto que estaba bien escrito pero siempre dudé de su autenticidad. Ellos me dijeron que no estábamos para juzgar si es verdad o no, a lo que les argumenté que se trataba del concurso “Mujer atrévete a contar tu historia” y esta mujer efectivamente narraba una historia pero era falsa. Ante esto ellos me dijeron: “bueno y nosotros cómo vamos a saber”.
Pasaron algunos días y por cuestiones diversas yo estaba en la oficina de la directora del penal. Escuché que el teléfono sonó y ella al contestar se exaltó un poco, dio instrucciones y no me enteré de nada más. Más tarde me reuní con las internas en el taller de literatura y me contaron que a la mujer que había escrito historia tan bella, -la de las clases de corte y confección-, la habían trasladado a otro lugar pues casi estoy segura de que la habían golpeado.
-¿Por qué supones que la habían lastimado?- pregunta esta reportera.
Porque las internas cuando se enojan golpean. Se molestaron porque se metió a la celda donde el bebé de una compañera dormía. Con unas tijeras le cortó las pestañas y esto hizo enfurecer a las demás.
Después de esto les dije a Ethel y a Eduardo que esta mujer tenía una obsesión por las tijeras y el corte y confección. Yo nada más quiero saber quién en sus cabales, que se dice inocente, es capaz de hacerle eso a un bebé.
“Entre las internas casi siempre consigo saber quien es la honesta. Fíjate que pueden ser muy buenas escribiendo de lo que tú quieras, menos de su propia historia. ¿Por qué? Inmediatamente empiezan a decir por todas partes ´soy inocente´ y quien realmente lo es lo dice una sola vez y de manera diferente y punto”, comenta la periodista Josefina Estrada.
Fiesta depresiva
La noche entro de lleno. Sandro Cohen ya vino y se fue. Su hija, una joven adolescente, nos acompañó durante casi toda la entrevista. Al mirar a Josefina recuerdo lo que ha escrito. Crónicas sobre cuerpos muertos en circunstancias violenta, los ambientes de mortal burocracia en el Semefo, sucesos denunciados en su libro “Señas particulares”. Cómo olvidar la vida de aquella prostituta a la que Josefina le siguió la pista para escribir “Virgen de media noche” y la selección de crónicas y testimonios escritos por las presas que asisten a su clase de literatura en el penal de Santa Martha Acatitla, llamado “Mujeres de oriente”.
- ¿Por qué decidiste abordar este tema? ¿No te pareció arriesgado? ¿Por qué mostrar estos mundos? – Pregunta la reportera.
“Porque existen, porque me cautivan, porque quienes están ahí son personas transgresoras; a mi me gusta la transgresión pero no puedo ni soporto, ni quiero vivir permanentemente en ella porque es agobiante y porque no soy delincuente”, sostiene Josefina Estrada. “Ellos, ellas, violan las normas éticas y sociales, entonces yo voy a que me las cuenten, nomás que me las digan porque son ellos quienes tienen historias interesantísimas y por eso visito las cárceles”, agregó.
Al despedirme, son casi las once de la noche, Josefina me acompaña a la puerta, yo la imagino visitando la cárcel. “Una amiga me dijo una vez, que en la prisión cada visita es una fiesta depresiva”. Josefina lo sabe, se le ve en los ojos que han visto la alegría y el sufrimiento.
--- Josefina Estrada ---
Nace el 14 de mayo de 1957 en el Distrito Federal.
Egresada de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la UNAM.
Trabajó en la Dirección de Literatura del INBA (1977-1991).
Becaria de INBA/FONAPAS, en narrativa, 1980 a 1981.
Colaboradora semanal del diario unomásuno (1987-1991).
Actualmente es directora editorial de Editorial Colibrí.
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